La última frontera de la privacidad
La última frontera de la privacidad
Anoche no tenía mucho sueño. Tenía pocas opciones. Así pues, me decidí a encender el televisor y elegir una cadena al azar, y ver cualquier cosa, con tal de dormirme pronto. Quizá con la televisión puesta, que es como mejor dicen que se duerme.
El caso es que por error (no creo que fuera a propósito) pulse la tecla de Amazon Prime Video, y me apareció la sinopsis de la película Anon. Sin ánimo de hacer un spoiler para quien no la haya podido disfrutar, me dispuse a verla, tengo que reconocer, sin ningún ánimo y con nulo interés.
Pero me enganchó.
Esta película francesa del año 2018, protagonizada por Clive Owen como investigador policial y Amanda Seyfried como hacker de datos, nos mete, sin comerlo ni beberlo, en una aventura a medio camino entre un thriller distópico y un alegato sobre el uso público de la información global compartida.
De esta forma, y tras unos avances científicos de los que poco se narra en el film, el ser humano es capaz de recopilar información a través de su ojo derecho, de todas las cosas que le rodean, de manera que el Gran Hermano, en este caso encarnado por la policía, puede ver todo lo que haces y por supuesto, lo que has hecho. Pero además todos los que aparecen en las calles, restaurantes, locales o incluso en sus domicilios particulares, son como un libro abierto a disposición del sensor del dispositivo ocular de una persona cercana a ellos.
Y aunque podríamos hablar de un enorme big data de información (aunque suene redundante), realmente se puede interpretar que es un open data, datos abiertos a disposición de todos nosotros, de manera que la libertad tal y como la podemos conocer, podría decirse que ha desaparecido, al menos en la película.
Privacidad y Open Data
Privacidad. Esta palabra que también encierra libertad, capacidad de hacer (pero de ocultar), es la última frontera del ser humano. El Open data, la información abierta a todos, que desde hace algunos años predican con el ejemplo organismos y corporaciones públicas o estatales, e incluso compañías privadas, es una fuente inmensa de conocimiento, pero que me temo que, con el paso del tiempo, se pueda convertir en una “jaula de oro”.
El concepto más ortodoxo que nos da la Wikipedia sobre datos abiertos, “una filosofía y práctica que persigue que determinados tipos de datos estén disponibles de forma libre para todo el mundo, sin restricciones de derechos de autor, de patentes o de otros mecanismos de control, que tiene una ética similar a otros movimientos y comunidades abiertos, como el software libre, el código abierto (open source, en inglés) y el acceso libre (open access, en inglés)”, encierra en sí mismo, muchos, quizá demasiados, interrogantes.
¿Dónde está el límite de la información?¿Qué debemos conocer y qué no deberíamos conocer? ¿Cómo protegernos? En un sistema y un mundo donde la información y el dato confiere un altísimo poder, quien más opciones tiene de explotarlo es quien tiene más fuerza en el sistema, en el mercado, en los negocios, y ya sabemos quiénes son.
Evidentemente, no sólo se trata de datos. El ser humano, y la investigación en los últimos años, desarrollada por grandes corporaciones y multinacionales de los sistemas de información, nos lleva a pensar que llegará un punto en que tendremos dispositivos en nuestro cuerpo, que nos harán controlar la información. Seremos un “GPS andante”, no necesitaremos ni siquiera móviles, y éstos serán sustituidos por dispositivos táctiles y pantallas que nos mostrarán la realidad en tiempo real, tal y como nos enseña la película, a través de millones de conexiones de proxis como si de redes neuronales interconectadas fuera (en parte, es así).
Sólo nos quedaría un reducto de libertad/privacidad: el éter. Un lugar donde no es fácil encontrar lo que hacemos o pensamos, o al menos, podemos intentar ocultarlo.
Dark Web: la última batalla
El Banco Mundial lleva años ofreciendo información abierta (https://datos.bancomundial.org/). No tengo nada en contra de los datos abiertos. Todo lo contrario. Estoy convencido de que aportan mucho valor, si no hablamos de la mejora de la transparencia de los gobiernos, soluciones a problemas de carácter público, empoderar a la ciudadanía y hacerla partícipe de información que la afecta directa o indirectamente, o incluso generar oportunidades económicas.
Y no nos damos cuenta, que, en silencio, los datos abiertos están cambiando el mundo. Poco a poco, muy lentamente, lo están haciendo. Pero como siempre, todo está en el control, y me temo, que es donde hay que poner el foco. Es precisamente en la Dark Web, donde se librará, posiblemente, la última “batalla” por el control de la información. De hecho, al final de 2019, más de 1.200 millones de cuentas hackeadas, estaban a disposición de cualquiera (por cierto, ¿has buscado la tuya?). Posiblemente al cierre de este 2020, se haya doblado su número…
La legislación de este tipo de información procedente de fuentes abiertas, debería de arrojar luz, y sobre todo seguridad, al acceso y control de la información, que como bien sabemos, se comporta con un verdadero arma de poder en manos de quien más oportunidades y capacidad, tienen de ejercerlo. Quizá no esté todo perdido. Sin duda su potencial es enorme, pero bien aplicado, bien ejercitado y sobre todo, escrupulosamente controlado.
Así que, el poder de anticipación de las películas de ciencia-ficción (más bien el de sus guionistas y productores, amén de directores) es el que nos desvela, como si de una obra de teatro se tratase, cuando se levanta el telón, de lo que nos espera en no mucho tiempo…
Pero no se trata de un artículo que pretenda enarbolar la bandera del sentido común con la información. Tan sólo es una reflexión que considero interesante. Lo curioso es que después del transcurrir de los 100 minutos de la película, y de disponerme a irme a dormir, el efecto fue todo lo contrario. Ya no pude pegar ojo en toda la noche.