Corría el año 1927…
Corría el año 1927
Berlín. Un momento conflictivo. Por un lado, la decadencia previa a una guerra mundial, por otro, la necesidad de inspiración y de entrar en una nueva época para el hombre, y todo ello imbuido por una corriente de surrealismo en la realidad del ser humano.
Desde épocas inmemoriales, el ser humano ha querido (mejor dicho necesitado) conocer sus propias fronteras, pero también sus límites, y por supuesto, llegar a la línea del conocimiento máximo, que como axioma por defecto, es imposible de obtener. O no.
Ya se daban en el mundo, al menos en el científico, los primeros pasos o avances (muy torpes por cierto) hacia la frontera del conocimiento, liderado por un modelo de investigación que sólo creía en lo que los ojos podían ver, no en lo que podían imaginar.
Dicen, los expertos, que algunos de los avances científicos más importantes del siglo XXI, ya se vislumbraron en esos tiempos, y vaya, concretamente, en ese año. Quizá es mucho decir. O no.
Y como soy muy peliculero, y estoy totalmente convencido de que las películas siempre nos enseñan algo (quizá nos previenen sin quererlo, sin proponerlo o sin saberlo), ésta para mí es la referencia sobre la historia de la humanidad, en la que la tecnología se cruza, sí o sí, como una espada que rasga el tiempo y el espacio, y nos coloca ante una encrucijada.
¿Qué ocurre en esta película de 1927 en la que la tecnología juega un papel crucial?
La historia que nos cuenta esta odisea de visión futurista es la de una ciudad (un mundo) dividido entre pobres y ricos (no vacunados y vacunados), en donde los problemas políticos, se mezclan con relatos medievales y bíblicos, para hablarnos de la represión, la revolución y la reconciliación entre las distintas clases sociales, donde la tecnología, juega un papel absolutamente predominante, y una ciencia, su lugar de privilegio: la Robótica.
Por algo esta película se aupó, muchísimos años después, en los registros de películas en el nivel de “Memoria del Mundo” que la Unesco avala por unas señas de identidad imborrables en la historia del hombre.
En una hiperciudad del siglo XXI (apenas nos quedarían 5 años para llegar a su fecha icónica, 2026) los obreros viven en guetos subterráneos donde se encuentra el corazón industrial con la prohibición de salir al mundo exterior. Pero es un robot (curiosamente no un grupo de hombres, ni siquiera un solo hombre) quien se rebela contra la clase intelectual (¿los investigadores, científicos, políticos tal vez?) que tienen el poder, amenazando con destruir la ciudad que se encuentra en la superficie. Pero surge Freder, hijo de un dirigente de la gran ciudad, que con la ayuda de María (humilde, de la calle, del montón) y juntos, intentarán evitar la destrucción apelando a los sentimientos y al amor.
En el filme, la sociedad se ha dividido en dos grupos antagónicos y complementarios: una élite de propietarios y pensadores, que viven en la superficie, viendo el mundo desde los grandes rascacielos y paisajes urbanos, y una casta de trabajadores, que viven bajo la ciudad y que trabajan sin cesar para mantener el modo de vida de los de la superficie. Y no, no es la película de los Morlok y Eloi, que diera vida H. G. Wells en la revolucionaria (y poco entendida) “La máquina del tiempo” y la que a bien seguro, guarda muchos paralelismos con esta película, todavía no nombrada, en la que es necesario debatir sobre la Robótica y la imparable necesidad del ser humano de automatizar, para ganar tiempo obviamente, aunque lamentablemente, no sea en beneficio del propio ser humano.
Nuestros «amigos» los robots
La inteligencia artificial y la robótica, y los cobots (robots colaborativos) empezarán los próximos años a estar muy cercanos a nuestra vida real. Por cierto, dicen los enamorados de la ciencia ficción y la robótica, que esta película es la única que el ser humano no podría dejar de ver (y entender a ser posible), antes de morir. La primera vez que la ves, quizá no te plantea muchos retos (esos que no te dejan dormir). Pero, ¡ay amigo/a!, la segunda sí lo hace. Y para un gran número de personas, le sirve como reflexión, e incluso, como interruptor de cambio. Ya me dirás si en ti ha funcionado…
Ah, se me olvidaba. Qué despistado!
La película es “Metrópolis” estrenada en 1927, del director Fritz Lang. Un homenaje a lo que iba a venir, y a bien seguro ocurrir, porque si de otra cosa no puedo estar seguro, de ésta sí: el ser humano está condenado a repetir su historia…. ¿o no?