Disonancia Administrativa
Aún hay dos áreas que a menudo me recuerdan que el software libre no domina: el de los escritorios personales y el del software utilizado y desarrollado para las administraciones públicas.
Hoy me centraré en el segundo. No deja de ser frustrante que, aún después de haber demostrado su viabilidad en grandes empresas e infraestructuras, todavía tengamos que presionar para que unas instituciones financiadas con nuestros impuestos se planteen adoptar soluciones libres.
No hace mucho entrevisté a una responsable de una relativamente importante organización de la UE. Entre otras cosas, uno de sus cometidos era de «animar» a instituciones públicas a lo largo y ancho de la UE a adoptar Software Libre. Admitió libremente que en su departamento el uso del Soft Libre era entre poco y nulo. Firefox para navegar y ya. Lo que es peor es que, para un proyecto que su organización había desarrollado, una app para animar a jóvenes a participar en las administraciones públicas, no habían tenido a bien de liberar ni una sola línea de código.
En otro proyecto, me explicó, establecían mecanismos para auditar y medir la seguridad de toda solución libre que alguna administración se estuviera planteando adoptar. Estupendo, por supuesto. Pero, le pregunté, teniendo en cuenta que la penetración del Software Libre en la administración pública es tirando a mínima, ¿aplican la misma vara de medir al software privativo?
Tras una larga pausa admitió que no, que, de hecho, por su naturaleza cerrada, no sólo no pueden acceder al código para auditarlo por carecer de medios técnicos, sino que legalmente no lo tienen permitido.
Pensé que, en vista de que no es más que una gota en el océano del software privativo, las medidas de seguridad impuestas al Software Libre no deben ser más que el proverbial chocolate del loro.
La cosa no acabó ahí. Tuve que preguntarle por cómo se podría interpretar aquello, por cómo es que al software libre, un software que ya pasa por rigurosas auditorías de pares antes de distribuirse, tiene que someterse al equivalente digital de un detector de metales, un cacheo, un escáner de rayos X y un examen de cavidades corporales, mientras que al software privativo se le permite saltarse el trámite de la seguridad completamente y relajarse en el salón VIP saboreando un whisky mientras acaricia el chaleco suicida que ni siquiera se molesta en disimular bajo el abrigo.
Huelga decir que la entrevista no duró mucho más después de aquello. De repente la directiva recordó que tenía otro compromiso y me dejó con la palabra en la boca. Pero seguro que el sagaz lector podrá sacar sus propias conclusiones sobre el tema.